RESUMEN. Hablando de este caso con el Ministro de Seguridad, General Héctor Gustavo Sánchez, coincidimos en que el mal vive palpitando en el corazón humano, y que ese mal no tiene límites; Además, coincidimos en que, por más que la autoridad haga la guerra a quienes hacen el mal, siempre habrá quienes violen la ley; Siempre habrá alguien que cometa un delito; pero, además, la Autoridad, así, con mayúscula, estará siempre lista para combatir el Crimen, y ganar batalla tras batalla con el único fin de dar seguridad al pueblo. Eso sí, como me dijo el general Sánchez: “¿Cómo puede la Policía evitar que se cometan delitos como este que usted describe en el caso de hoy? ¿Cómo podemos nosotros, como autoridades, impedir que el mal haga daño, si actúa en la sombra, en el misterio y en el silencio perverso? Hay maldad en miles de hombres y mujeres de nuestra Honduras, y sólo Dios conoce sus pensamientos, sus maquinaciones y las avaricias y motivos que los impulsan a hacer el mal. Pero, sea como sea, desde el Ministerio de Seguridad seguiremos haciendo esfuerzos para enfrentar a los delincuentes, a los que violan la ley, e incluso a las manzanas podridas que perjudican a la Policía Nacional. Que Dios nos ayude en esta misión”.

Delitos: En el camino de la muerte

Opinión

Es importante entender que, en la misión de combatir el mal que azota a Honduras desde hace décadas, todos tenemos algo que aportar para lograr la paz y la seguridad. Sin embargo, está claro que sólo Dios conoce los corazones, y que nada podemos hacer contra quienes traman su mal en las sombras, aprovechándose incluso de la confianza y debilidad de personas que, en algún momento, llegaron a amarlos. , como ocurrió en este caso; un caso que iba a quedar impune si un grupo de buenos agentes de la Dirección de Investigación Policial (DPI) no se dedicaban a desentrañar el misterio detrás de esas firmas que, aunque similares, eran, en realidad, diferentes.

“¿Por qué parece que los últimos son iguales”, se preguntó el agente a cargo del caso, “y estos muestran una diferencia que, si no se mira con atención, se consideraría buena?”

Así pensó el agente de la DPI, y una idea le daba vueltas y vueltas en la cabeza.

Eran cheques firmados por Doña Luisa, a quien le habían diagnosticado Alzheimer temprano, y con los cuales había retirado más de seis millones de lempiras de dos cuentas a su nombre… Pero, había algo extraño. Doña Luisa, en su testamento, había mencionado esas cuentas, con el monto que en ellas había, y que eran parte de lo que heredó a sus hijos, tres niñas y un niño. Y el testamento fue firmado mucho antes de su muerte, una muerte que a muchos les pareció extraña.

Cuando el agente de la DPI revisó los cheques que le entregó una de las hijas de Doña Luisa, le dijo: “Fuimos al banco, con el testamento, y nos enteramos que esas cuentas estaban vacías. El último cheque cobrado fue por doscientos cincuenta mil lempiras, lo que dejó en la cuenta un saldo de setecientos centavos. Fue en ese momento que pedimos los cheques ya cobrados, y vimos que, efectivamente, estaban firmados por mi madre; Pero empezamos a pensar por qué mi madre haría esos retiros. Y, si ella sabía muy bien que había vaciado esas cuentas, ¿por qué mencionarlo en su testamento? Y cabe destacar que ella ya había hecho grandes retiros mucho antes de hacer el testamento… Entonces, ¿cómo estaba segura de las cantidades que había en las cuentas, si en verdad ya no eran las mismas? Y no olvidemos que Doña Luisa era muy metódica y ordenada, y que sabía cuántos clavos tenía su casa, lo que nos dice que nunca, en ningún momento, pudo haber olvidado los retiros de esas dos cuentas. Y esto nos lleva a las firmas extrañas. Firmas que, aunque son muy parecidas, nos dijo el grafólogo no fueron hechas por la misma persona, a menos que, aseguró, esta tuviera alguna dolencia que le provocara un temblor en la mano, pero que, pese a ello, no olvidaría la rasgos de su firma, que siempre había hecho, incluso en el testamento, cuya firma era casi perfecta, es decir, muy parecida a la de muchos otros documentos que firmaba la señora, a excepción de los cheques con los que hacía retiros de las dos cuentas vacías”.

Delitos: En la carne

Detalles

Los agentes de policía piensan en todo cuando investigan un caso. Y en esto, se enfrentaron a un misterio que se volvió cada vez más enredado a medida que más detalles aparecían ante sus ojos.

“Me siento muy orgulloso de mis policías, hombres y mujeres”, me dijo el general Sánchez; Sé que se esfuerzan por hacer mejor su trabajo y la sociedad es testigo de los logros que estamos logrando en esta lucha diaria contra la delincuencia. Y felicito a los integrantes de la DPI por la dedicación con la que trabajan por el bien de la sociedad… Carmilla, este caso es un ejemplo de lo que te cuento. «Y es un buen ejemplo de lo que hace la Policía de Investigaciones». Buen trabajo en Honduras.

“Los cheques los cobró la propia Doña Luisa”, me dijo el agente que llevó el caso; y aquí fue donde el misterio se volvió más extraño. La propia señora, dueña de las cuentas, que eran cuentas de ahorro, sacó su dinero con cheques que ella misma hizo a su nombre, y firmó para garantizar el retiro, y volvió a firmar para que se hiciera efectivo el pago… Algo verdaderamente extraño. Y no es que no pueda suceder. Por supuesto. Tengo una cuenta de ahorro, pido una chequera, hago un cheque a mi nombre, lo firmo, lo vuelvo a firmar, voy ante el cajero, ve que soy yo mismo, que es mi propia cuenta de ahorro y que es mi propia chequera, y que personalmente estoy retirando con un cheque, y, aunque me dice por qué no retirar con la libreta, pues es un placer para mí”.

«Es lógico».

“Pero estaba el hecho de que las firmas no eran las mismas, aunque las de los cheques eran muy parecidas entre sí, y un poco diferentes a la del testamento, por nombrar algunas. Además, Doña Luisa mencionó estas dos cuentas en su testamento, y dijo que debían repartirse equitativamente entre sus cuatro hijos. Y dijo que en esas cuentas había más de seis millones de lempiras. En el testamento ella dio la cantidad exacta. Lo cual nos dice que o se le había olvidado que emitía cheques a su propio nombre, o no los emitió… Y, aunque las firmas estaban en los cheques, y demostraban que ella, Doña Luisa, había ido a los bancos para cobrar sus propios cheques, y siempre iba al mismo cajero, es decir, con el mismo cajero, entendíamos que ese era otro misterio, o una parte esencial del misterio que teníamos que resolver. Además, hubo muerte prematura, en opinión de una de sus hijas. Y el médico de familia de la señora nos dijo que, aunque sólo Dios podía saber cuándo moriría su paciente, lo cierto era que le parecía extraño que ella hubiera amanecido muerta en su cama. Era cierto que estaba enferma, pero no estaba tan mal. Su corazón se detuvo y él, en su propia opinión, creyó que había algo extraño en su muerte. Pero sólo Dios sabía sobre eso”.

“Y Dios va a permitir que la DPI descubra la verdad, doctor”, le dijo el agente.

Pero tuvieron que ir paso a paso, y el primer gran paso que dieron fue el que los llevó al primer banquillo. Allí pidieron permiso para entrevistar a la cajera que atendía a doña Luisa. Y lo primero que hizo este chico, un chico de unos veintiséis años, fue ponerse nervioso delante de los detectives.

“¿Recuerdas a esta señora?” -le preguntó el agente poniendo ante sus ojos una fotografía de Doña Luisa.

«No», dijo, temblando.

«¿Estás seguro? Mira bien la fotografía».

«No señor, nunca la he visto».

El agente le mostró algunos cheques.

«¿Es este tu número de cajero?»

«Sí; sí, señor… Ese es el indicado».

“Bueno… ¿Y conoces a esta mujer?”

El cajero se puso blanco y empezó a sudar.

“Sí, señor”, dijo.

«Y ella fue quien vino a tu caja y cobró estos cheques, ¿verdad?»

“Señor…yo…”

«Señor gerente», dijo el detective, «necesitamos el registro de las cámaras de seguridad de esa casilla en particular y las fechas en que se cobraron estos cheques».

«Con gran placer».

“En cuanto a usted, señor”, añadió el policía dirigiéndose al cajero, que temblaba de pies a cabeza, “nos va a acompañar a la DPI, para que podamos hablar de ciertas cosas”.

“¿De qué cosas, señor?”

“De tu complicidad con esta mujer”, respondió el agente, llevándose a los ojos la segunda fotografía; a menos que quiera colaborar con nosotros, y así la Fiscalía podría ayudarlo”.

“Ella fue señor… Ella es mi prima… Y es la nuera de la señora… Yo no quería, pero… pero me dijo que me pagaría bien si Yo la ayudé… Ella fue quien “Le robó la chequera a la señora, ella falsificó la firma… y yo lo ayudé”.

“¿Y qué sabes de esos otros cheques de este banco?”

«Mi hermana, señor… Mi hermana».

“¿Y usted qué sabe de la muerte de la señora Luisa?”

«¿Vas a ayudarme?»

«Sí».

“Lo que me dijo mi hermana es que la nuera, mi prima, empezó a tener miedo de ser descubierta, y como fue ella quien le inyectó insulina a la señora…”

“Luego le inyectó una sobredosis de insulina”.

“No puedo asegurarle eso, señor; Pero mi hermana sí.

«¿Cuál es el nombre de tu hermana?».

«Nidia.»

“Bueno… -dijo el agente levantándose y sacando de detrás de su cinturón un par de esposas de acero-; «Usted está detenido por asumir que es responsable de fraude como cómplice necesario… El fiscal decidirá si lo acusa de complicidad en el asesinato de Doña Luisa».

Delitos: Una despedida dolorosa