en la cabeza de Sebastián Rincón suena a menudo una salsa de Tito Rojas: “siempre seré…”, es el coro que más retumba, y cuando Sebastián lo oye se llena de nostálgicas evocaciones. Esta fue una de las canciones favoritas de su papá, de Freddy Rincón, de las que escuchaban juntos cuando él se disponía a contar alguna de sus mil anécdotas del fútbol y de la vida. Sebastián escucha hoy a Tito y le porque su papá está junto a él en el mismo ritual, cantando, bailando, contando algo, y con esa sonrisa enorme e inmortal que la muerte no se pudo llevar, así haya pasado ya un año. Un año !
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La ausencia de su padre lo acompaña a diario en la soledad en la que vive en el lejano LituaniaPaís europeo que Sebastián Rincón escogió para jugar al fútbol en el club Panevėžys. Cuando no está en partido o en entrenamiento, Sebastián pone su salsita de Tito y con la melodía recuerda a Freddy. Y cuando el disco deja de sonar, el recuerdo sigue vivo. Al irse a la cama es como si Freddy Rincón le hablara al oído con su alegría tan genuina. Entonces, Sebastián duerme para ver si sueño con él.
—Y al despertar, ¿siente como si no fuera verdad que hace un año murió Freddy…?
—Así es… No es fácil… Jamás me imagine perder a mi papá… Menos por estos tiempos… Eso hace que uno reflexione y valore la vida y ame a la gente, a los seres queridos y los disfrute en vida y comparta con ellos cuando los tiene y no esperan a que se muy tarde…
Por esta época Sebastián se llena de mayor melancolía. No hay razón. O lo escondí. Habla de buen animo. Está contento porque está jugando en su equipo, porque se ha adaptado al fútbol de Lituania, y al frío ya las canchas sintéticas, y porque ya lleva dos goles y porque siente un renacer en su carrera, tal como le prometió un día a Freddy. Pero en el fondo, Sebastián lleva el peso del vacío de su papá, dice que lo extraña mucho.
Hace un año, en ese abril fatal, la vida de la familia Rincón dio un giro: primero con el terrible accidente de tránsito, luego con la incesante lucha de Freddy en un hospital, y finalmente, un triste 13 de abril, con el anuncio letal: la parición de la muerte con toda su furia. Hace un año…
“Es algo que no superaré nunca. Los que dicen que el tiempo lo cura todo, para nada, todos los días y cada que pasa el tiempo es mayor su ausencia, pero pienso que con mi fútbol puedo hacer que él esté orgulloso de mí, es mi motivación y la promesa que le hice”, dice Sebastián, que lleva en las venas la herencia de su padre, la salsa y el fútbol, solo que él es delantero, ya sus 29 años ha estado en equipos como Portland Timbers de Estados Unidos; Tigre, Aldosivi, Sarmiento, Huracán y Barracas Central en Argentina e incluidos en Vitoria de Portugal donde poco jugó. Estar en lituania es su “revancha europea”, dice.
Es algo que no superaré nunca. Los que dicen que el tiempo lo cura todo, para nada, todos los días y cada que pasa el tiempo es mayor su ausencia
Si a Sebastián se le pregunta hoy qué es lo que más recuerda de su padre, las palabras le fluyen como golazos. Son destellos de recuerdos, entonces dice, con una voz que fluctúa entre la emoción y algunos silencios, que Freddy era su mejor amigo, que nunca tendrá a nadie igual con quien charlar. Cuenta que hablaron mucho, que eran charlas interminables que recuerdos son como sus tesoros. Anécdotas de fútbol y vida que Freddy narró con gracia, pintadas de sonrisas, salpicadas de carcajadas, con Tito Rojas amenizando las tertuliascon algún episodio de la Selección de por medio, y mientras se escribe todo eso aquí, es como verlo ahora mismo a Freddy sonriendo y riendose y contando algo o celebrando un gol a Alemania: tesoros…
gran freddy
Hace un año, en ese abril melancólico, Colombia despedía a Freddy Rincón, uno de sus futbolistas más emblemáticos, un inquebrantable mástil de la Selección Colombia, una coraza de hierro en la cancha, un suntuoso Rincón, un ambulante grito de gol, un Rincón jamás destronado de su condición de héroe. Hace un año marcheba hacia las canchas celestiales a inventar nuevos goles de túnel maravillosos que seguramente ahora estará haciendo en alguna parte, mientras observa a la distancia a su familia, y lo que hace Sebastián en el fútbol.
La despedida, cuenta Sebastián, fue conmovedora, ver a tanta gente llorando y despidiendo a un ídolo, a su papá, es algo que lo marcó. “Ni mi papá se dio cuenta de lo grande que fue”, dice Sebastián con total certeza y la voz adquiere fuerza en su tono. Ahora las palabras las salen impregnadas de un orgullo natural. “Era una persona desligada, no vivía como Freddy Rincón sino como una persona corriente, se podía tomar una cerveza en el grand lugar o en el grand restaurante del país, así como podía estar en un barrio popular. Siempre tuvo humildad, esa forma de ser cariñoso y alegre que hacía que la gente le tuviera tanto cariño… eso lo sentimos en la despedida, no solo en Colombia, sino en el mundo”.
A Sebastián le queda un consuelo y es que en la vida pudo decirle a Freddy lo orgulloso que estaba de él y que quería que Freddy también estuviera orgulloso del hijo. In medio de sus habitales charlas, cuando cada canción llevaba una anécdota, Rincón aconsejaba a Sebastián, justo en un momento de larga pausa en su carrera deportiva, y le dijo: “Cuando llegue el momento puedes dar mucho más de lo que has dado “. A Sebastián no se le olvida el consejo. “Todo esto —dice— me ayudó a abrir los ojos para aprovechar que todavía estoy joven y puedo lograr cosas en el fútbol, fue lo que hablamos, fue mi promesa… Mi papá sabe… sabía —se corrige al darse cuenta que lo menciona en presente— de las promesas que le hice, porque fueron en vida. Ahora que no está, con mayor deseo estoy concentrado en lograrlas”.
Del socio judicial no quiere hablar. Dice que su hermano mayor está en Cali al frente del tema, junto a los abogados, pero asegura que el “proceso” para determinar que pasó realmente continuar. Un día, no pronto, volverá a Colombia a enterarse de todo.
Mientras tanto, cada que Sebastián Rincón sale a la cancha en Lituania, se enfrenta al mismo desafío, deja en alto el apellido de su papá, porque inevitablemente las miradas se posan en el hijo del ídolo. No quiere que lo comparen, solo quiere jugar, hacer goles en honor a Freddy. “El apellido lo tomo con orgullo por ser el hijo de Freddy Rincón, que le dio alegría a tantas personas, y felicidad dentro y fuera de la cancha. Yo me concentro en lo mío, en hacer mi historia sin compararme con él. Seré recordado como su hijo pero quiero hacer mi propio número”, sentencia y así terminó la charla de los recuerdos.
Quizá en su habitación ahora suene a todo volumen una salsa en la voz de Tito, para que Sebastián siga grabando al padre que hace un año se fue y al ídolo que se queda, el que siempre será, como dice la canción…
PABLO ROMER
redactora de EL TIEMPO
@PabloRomeroET